“Pipipipipipi!!!! Pipipipipipi!!! Suena la alarma de las 10:00, un día más… y uno de mis mejores amigos sigue ingresado…”
Últimamente estoy de lo más sensible, y quizás por ello, me van a permitir que rompa una regla que intento llevar a lo largo de mi vida y es separar mi vida personal, de la profesional, aunque todos sabemos, que la línea que separa ambas “parcelas” cada vez es más difusa, yo diría que casi imperceptible.
Y el caso es que hoy vengo a contar una experiencia, una vivencia personal que me está llevando a reflexionar mucho, tanto en este plano, como en el profesional, así que ahí me lanzo, me desnudaré ante muchos ojos que no conozco, pero a los cuales espero que mis ideas/reflexiones ayuden en algo…
Creo que algunos de vosotros ya habéis adivinado que el amigo ingresado con el que he comenzado la historia soy yo mismo, muchos de los que me conocéis sabéis que por desgracia me tocó vivir con crudeza esta pandemia y tuve la mala suerte de ser uno de los primeros ingresados en Navarra (algunos me dicen que fui el 4, otros el 5, que más da), el caso es que el día 10 de marzo tuve que ingresar y pase los 12 días más duros de mi vida y no solo por los efectos físicos que genero este “bichito” en mi cuerpo, lo más complejo de gestionar en esos momentos, fue la soledad, el aislamiento, la distancia que a pesar de los medios tecnológicos me separaba de las dos personas más importantes de mi vida.
A los dos días de estar ingresado (aislado) me di cuenta de que soy un animal social, pero sobre todo me di cuenta que necesitaba a los míos mucho más de lo que me esperaba. Y como siempre suele pasar en estos casos, hay un hito que marca un antes y un después. En mi caso, el momento que tomé verdadera conciencia de esto, fue al quinto día de estar ingresado cuando a las 10:00 en punto de la mañana, como por arte de magia, entraron varios whatsapps de manera casi simultánea. Yo no era consciente, pero detrás de mi enfermedad había mucha más preocupación de la que yo imaginaba y algunos de mis mejores amigos, de manera coordinada me hicieron llegar una serie de mensajes/fotos que marcaron un antes y un después en aquellos días y cada día (durante mi enfermedad) a las 10:00 en punto recibía mi ración diaria de ilusión, de apoyo, que me daba el chute necesario para afrontar un nuevo día en esas duras condiciones.
Realmente, no quiero desnudarme hasta el punto de confesar todo lo que por mi cabeza pasó en aquellos momentos, el objetivo de esta reflexión busca transmitir un mensaje que después de varios meses me sigue emocionando por una conversación que mantuve hace unas semanas con una de esas personas que estaba detrás de esta “Operación Apoyo”. El caso es que rememorando lo que se comentaba hace unos meses, que todos saldremos mejores de esta, que esto nos va a hacer mejores personas… Esta persona me confesó que todavía (6 meses después) no ha quitado la alarma diaria que sonaba a las 10:00 para enviarme el correspondiente mensaje, ya que de este modo no olvida lo que vivimos en aquellos días.
Otros, sin embargo, habíamos hecho lo posible por olvidar, por dejar atrás esos días de sufrimiento, pero esa conversación me recordó una de esas frases que yo tengo siempre en mente, pero que tras este duro episodio había borrado de mi cabeza, “el pueblo que olvida su historia, está condenado a repetirla” y no quiero que esto me vuelva a pasar, asi que creo que debemos buscar cada uno nuestro mecanismo para poder tomar conciencia y no olvidar tan rápido por todo lo que hemos pasado, cada uno a nuestra escala.
Llegados a este punto final, me encantaría tener en esta breve reflexión una mención y un agradecimiento especial a todo el mundo que estuvo ahí en aquellos momentos, pero sobre todo a ellos, a mi “Operación Apoyo” particular, aunque sé que no lo necesitan, son gente discreta, que no le gusta llamar la atención, gente de la que siempre sabes que están ahí, sin meter ruido, sin grandes aspavientos, pero nunca te fallan y me lo han demostrado una vez más.
Por cierto, les cuento un último secreto, yo ya he activado mi alarma diaria, y cada día a las 10:00 de la mañana mi móvil me emite una leve vibración que me hace recordar la experiencia vivida y lo aprendido con ella. Espero que esta experiencia les sirva y para ello, les pido un favor, no apaguemos nunca esa alarma, cada uno la suya, ya que no nos podemos permitir olvidar nuestra historia, porque ya saben lo que nos puede pasar…
Hola Josean
Leí tu reflexión tan profunda y sincera desde el recuerdo por la preocupación de que un referente, un amigo, estuviera sufriendo y viviera el riesgo que supone padecer la Covid19, así como la necesidad de saber de ti, de los tuyos… Esta experiencia que lamentablemente no todos pueden contarla, nos trae a la realidad de la vida misma y nos recuerda tanto los básicos de la propia vida, como la importancia de quienes nos importan y a quienes importamos de verdad. Los que están cuando realmente se les necesita. Todo ello, en la necesidad de afecto entregado y afecto recibido, la energía y la actitud positiva que dan la motivación para seguir, para luchar más si cabe en los momentos duros.
Gracias por compartir e inspirar y enhorabuena por la valentía de publicar algo tan personal e interno.